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Día 3

Estimada:

No te merezco. Mi vida está siendo un caos, estoy muy cansado y algo enfermo y ya no veo a nadie, ni a An, ni a mí mismo. Hace mucho que no escribo, casi no leo y perdí el don básico necesario para redactar un mail. Ni eso, mirá.
No es fácil trabajar con letritas durante 8 horas diarias. No es ese el único motivo, lo sé, pero sí la única explicación que tengo.
Pero pienso mucho en vos. No sé si sirva, pero lo hago. Y te quiero mucho.
Las buenas ya van a venir, sólo hace falta que pare un minuto y me fije qué llevo en los bolsillos.
Gracias por estar alrededor.

J.

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Día 36

Hubo tres días en los que no existí. Durante tres días solo fui una sombra o un reflejo, un silencio o un zumbido, apenas unos pasos sordos en veredas atestadas de gente y calles desbordantes de metal y motores, una voz audible solo para ciertos mozos, para alguna cajera de supermercado, para la farmacéutica, la psiquiatra y dos o tres personas más del otro lado del teléfono. Hubo una videollamada, también; An puede dar fe de que no me disolví del todo.  A lo largo de esos días traduje, dormí con mayor o menor suerte, leí y caminé. Subí y bajé de colectivos y subtes también.  Y escribí un diario; una pequeñez que volvió a ponerme en contacto conmigo y con las palabras que se me salen, que se escapan atolondradas y a las que apenas dedico alguna caricia torpe, un poquito de orden. Pero, eso sí, no tengo que dejar que se me pierdan. Porque son la llave que abre mi interior. Si un día las pierdo, quedaré cerrado y seco por dentro para siempre.

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