No me importa ser repetitivo: en mi cabeza hay apenas dos o tres conceptos, matándose por un poco de atención. Tampoco me importa clarificarlos. Ni escribirlos.
Algo de lo que estoy seguro es que mi trabajo actual es el mejor del mundo. Es lo que siempre quise hacer y, tras una caterva de ocupaciones infames, un periodo dilatadísimo en la fábrica y el atisbo del diario, me enorgullece haberlo obtenido. Y tengo la secreta convicción de que soy bueno en lo que hago, que lo haré durante mucho tiempo y me llenaré de reconocimiento, prestigio, seguridad y dinero. Hoy, por lo menos, estoy seguro de eso.
El problema del corrector es que debe ser infalible. Los textos pueden haber sido redactados por un manatí y entregados en cualquier orden; las traductoras, ostentar un notorio desconocimiento del idioma español sumado a la carencia absoluta de criterio y los diseñadores, oh, ellos: son incapaces de resolver nada (y está prohibido tocar las cajas de texto, porque son su obra magna y, como tal, no pueden modificarse). Pero el corrector es la instancia final y, como dueño de la verdad, debe subsanar los errores de todos los demás. El corrector es un dios editorial en un mundo de agnósticos.
A mí, no equivocarme nunca me resulta muy cansador. Y después me pasa esto, de sentarme a escribir y que no salga nada. Tengo todas las letras amordazadas.
Algo de lo que estoy seguro es que mi trabajo actual es el mejor del mundo. Es lo que siempre quise hacer y, tras una caterva de ocupaciones infames, un periodo dilatadísimo en la fábrica y el atisbo del diario, me enorgullece haberlo obtenido. Y tengo la secreta convicción de que soy bueno en lo que hago, que lo haré durante mucho tiempo y me llenaré de reconocimiento, prestigio, seguridad y dinero. Hoy, por lo menos, estoy seguro de eso.
El problema del corrector es que debe ser infalible. Los textos pueden haber sido redactados por un manatí y entregados en cualquier orden; las traductoras, ostentar un notorio desconocimiento del idioma español sumado a la carencia absoluta de criterio y los diseñadores, oh, ellos: son incapaces de resolver nada (y está prohibido tocar las cajas de texto, porque son su obra magna y, como tal, no pueden modificarse). Pero el corrector es la instancia final y, como dueño de la verdad, debe subsanar los errores de todos los demás. El corrector es un dios editorial en un mundo de agnósticos.
A mí, no equivocarme nunca me resulta muy cansador. Y después me pasa esto, de sentarme a escribir y que no salga nada. Tengo todas las letras amordazadas.
Comentarios
:o)
Eso tenlo siempre en cuenta.