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Día 24

Hace ya varios días que tengo ganas de escribir.

Leyendo a cierto escritor —cuyo nombre no mencionaré para no ser tomado por soberbio—, sentí que yo podría redactar algo mejor. Pero no lo hice.

Paseando por blogs de amigos y conocidos que nunca pararon, extrañé aquellos tiempos en los que me sentía parte de algo, de una especie de "comunidad" en la que nos reconocíamos por la manera en que plantábamos las palabras en la pantalla, en la hoja de papel imaginaria, y más o menos nos admirábamos por eso. Y quise retomar ese camino. Pero no me sale.

Como siempre, la primera opción es esta. Tirar algo acá, en este blog remoto, y ver si germina. Ojalá que sí.

Comentarios

Fodor Lobson ha dicho que…
No sé si germinará o no, pero ahora me dejó usted con la intriga de a qué escritor se refiere...
Juan Solo ha dicho que…
Germinó, Fodor, ¿ha visto?. Respecto de vuestra intriga, quisiera decirle a qué escritor me refería (¡me muero de ganas!)... pero no debo.
Fodor Lobson ha dicho que…
Damn it!
¿nada? ¿ni una pista? ¿las iniciales? no, no, mejor, ya lo tengo: ¡un anagrama!
Juan Solo ha dicho que…
A ver, Fodor... Esta situación me resulta un tanto embarazosa, pero tal vez nos ilumine en la incertidumbre el grito: "¡Carajo, tiro luz!".
Fodor Lobson ha dicho que…
No quería ponerlo en el compromiso, sepa usted disculpar mi insistencia....

pero almenos ahora ya puedo dormir!!!
jeje
:)
donnie ha dicho que…
Mire usté que no es el único. Te leo y me siento un poquito mejor, pero poquito, apenas. Habría que hacer un grupo de autoayuda para bloggers abandónicos...

:/
Indignada ha dicho que…
me prendo en el tema del grupo de autoayuda.
Habría que ver cómo lo vamos armando...igual, es probable que abandonemos en el medio de todo el proceso...

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Día 36

Hubo tres días en los que no existí. Durante tres días solo fui una sombra o un reflejo, un silencio o un zumbido, apenas unos pasos sordos en veredas atestadas de gente y calles desbordantes de metal y motores, una voz audible solo para ciertos mozos, para alguna cajera de supermercado, para la farmacéutica, la psiquiatra y dos o tres personas más del otro lado del teléfono. Hubo una videollamada, también; An puede dar fe de que no me disolví del todo.  A lo largo de esos días traduje, dormí con mayor o menor suerte, leí y caminé. Subí y bajé de colectivos y subtes también.  Y escribí un diario; una pequeñez que volvió a ponerme en contacto conmigo y con las palabras que se me salen, que se escapan atolondradas y a las que apenas dedico alguna caricia torpe, un poquito de orden. Pero, eso sí, no tengo que dejar que se me pierdan. Porque son la llave que abre mi interior. Si un día las pierdo, quedaré cerrado y seco por dentro para siempre.

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