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Día 21

En algún punto, es natural.
Es decir, si me paso el fin de semana entero (y algunos de los días previos) trabajando en este mismo proyecto, escudriñando textos en portugués y corrigiendo la grosera tarea de diseñadores desganados; si la madrugada me encuentra sentado en esta silla, ante este monitor, junto a una exánime taza con restos de café; si me despierto calculando cuántos módulos debería corregir para no atrasarme (o para estar tranquilo o para impresionar a mis jefes o para destruir a mis compañeros abocados a lo mismo, según mis ánimos matinales); si he rescatado al cronómetro que tanto hizo por mí el año pasado; en fin, si todo es así, ¿cómo no voy a estar disperso?
Acá estoy, entonces. Tomándome un recreo de mí mismo. Con ganas de cantar a los gritos, de bailar sin que nadie me vea, de saltar en la cama, de leer historietas.
Hola, Juan. ¡Qué bueno verte! ¡Qué gusto, che! ¿En qué andás? ¿Qué te trae por acá? ¿Cómo? Pibe, ¡andá a trabajar! Sos corrector, viejo, cómo le das tantas vueltas. ¿Te acordás cuando trabajabas en la fábrica? ¿Te acordás que tomabas el tren a Morón ida y vuelta todos los días? ¿Te acordás? ¿Sí? Entonces dejate de joder. Hermano, ¡te pagan por leer! ¡Tenés el mejor trabajo del mundo!
Tengo el mejor trabajo del mundo. Buenas tardes.

Comentarios

Fodor Lobson ha dicho que…
Si además pudiera usted elegir loq ue lee, sin duda sería el mejor trabajo del mundo... pero como no es así, a apechugar con la bobagem brasilera.
gerund ha dicho que…
excelente, pibe. ahora, rajá.
ojos de suri ha dicho que…
Me encanta su trabajo! Qué envidia! Lo puede hacer en pantuflas!
El primer mejor trabajo es el de lector de una editorial!
Y no es un mito...hay algunas editoriales que todavía tienen.
Saludos!

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Día 36

Hubo tres días en los que no existí. Durante tres días solo fui una sombra o un reflejo, un silencio o un zumbido, apenas unos pasos sordos en veredas atestadas de gente y calles desbordantes de metal y motores, una voz audible solo para ciertos mozos, para alguna cajera de supermercado, para la farmacéutica, la psiquiatra y dos o tres personas más del otro lado del teléfono. Hubo una videollamada, también; An puede dar fe de que no me disolví del todo.  A lo largo de esos días traduje, dormí con mayor o menor suerte, leí y caminé. Subí y bajé de colectivos y subtes también.  Y escribí un diario; una pequeñez que volvió a ponerme en contacto conmigo y con las palabras que se me salen, que se escapan atolondradas y a las que apenas dedico alguna caricia torpe, un poquito de orden. Pero, eso sí, no tengo que dejar que se me pierdan. Porque son la llave que abre mi interior. Si un día las pierdo, quedaré cerrado y seco por dentro para siempre.

Día 10

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Día 11

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