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Día 40

Tengo que hacer tiempo y, claro, escribo. Porque escribir es siempre una solución. Aunque no conduzca a nada, como en este caso, como casi siempre, yo arranco. Porque puedo y porque quiero, y porque es lo mío. Qué me importa lo demás.

Es casi como los documentos de Word que llenaba sin parar mientras esperaba que se terminase de descargar el Football Manager o que llegara la moto con la comida o que el pocero terminase la perforación y me llamara para explicarme cosas, exagerar, pavonearse y cobrar. Lo que hacen todos, bah. En esos documentos, yo escribía a pata suelta (¿?) sobre libros, jugadores de fútbol, vetas subterráneas o lo que fuera; una cosa se encadenaba con la otra, que se enlazaba con la siguiente, que se unía a la próxima, y así, el texto fluía para, finalmente, existir. Yo le daba vida y le regalaba la libertad de vivirla como él prefiriese (de modo inútil casi siempre).

Ahora se cortó la internet; quién sabe si estas letras verán la luz. Yo sigo haciendo tiempo, presionando teclas, fluyendo en palabras. No es poco.

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Día 36

Hubo tres días en los que no existí. Durante tres días solo fui una sombra o un reflejo, un silencio o un zumbido, apenas unos pasos sordos en veredas atestadas de gente y calles desbordantes de metal y motores, una voz audible solo para ciertos mozos, para alguna cajera de supermercado, para la farmacéutica, la psiquiatra y dos o tres personas más del otro lado del teléfono. Hubo una videollamada, también; An puede dar fe de que no me disolví del todo.  A lo largo de esos días traduje, dormí con mayor o menor suerte, leí y caminé. Subí y bajé de colectivos y subtes también.  Y escribí un diario; una pequeñez que volvió a ponerme en contacto conmigo y con las palabras que se me salen, que se escapan atolondradas y a las que apenas dedico alguna caricia torpe, un poquito de orden. Pero, eso sí, no tengo que dejar que se me pierdan. Porque son la llave que abre mi interior. Si un día las pierdo, quedaré cerrado y seco por dentro para siempre.

Día 10

Es imposible. Me acuerdo de Los Imposibles, es imposible, yo soy imposible, todo es imposible. Pucha que soy duro. No hay manera de plantearme algo y llevarlo a cabo, no puedo esperar nada de mí. Mi deseo más largo duró 2 minutos, mi fuerza de voluntad apenas sobrepasa los 20 gramos, no puedo escribir ni aun queriendo hacerlo (sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando). No soy un escritor respetable, ni responsable, ni siquiera tolerable. No soy decente ni respetuoso ni tenaz. ¿Cómo se puede no ser nada?

Día 11

Once días, ya; once días y ningún párrafo rescatable. Supongo que este proyecto va a funcionar en algún momento. Tiene que funcionar: es mi última esperanza. O no, no sé si la última, pero sí la única. Por ahora, al menos. Pero me siento tan poco escritor últimamente. Sé que tengo la capacidad de escribir y soy consciente de que lo hago más o menos bien, con buen gusto y, cada tanto, algún hallazgo, algún momento brillante. Las palabras me divierten, me llevo bien con ellas y me gusta jugar a enhebrarlas como un artesano. El problema es otro. Creo que el corrector está ganándole al escritor. Espero que sea algo momentáneo, pero la verdad es que no puedo evitar la mirada crítica, no puedo sortear ese don espantoso que me obliga a ver los defectos en cada cosa escrita. (Anoche, sin ir más lejos, me indigné leyendo una caja de filtros Melitta.) Y no estoy seguro, pero se me ocurre que eso debe cargarme de miedo, de muerte (son la misma cosa), de respeto por las palabras, de rigidez. Ahor