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Día 18

Llegué de mi sesión de terapia más apaleado que de costumbre. Alcancé a dejar el morral sobre una silla y saludé en voz alta a los gatos, que estos días de calor se dejan ver poco pero sé que están. Tenía ganas de tocar la guitarra, de componer, de agarrar el piano, de hacer algo que me hiciera sentir especial por unos instantes; tenía ganas de ponerme en contacto con mi lado brillante. Entonces vi que titilaba la lucecita roja del contestador y, mientras mi dedo pulsaba el botón para escuchar el mensaje nuevo, yo pensé en la voz de Horacio, llamándome desde la oficina para decirme que las últimas correcciones que subí esta tarde al FTP no se podían abrir, que estaban mal, o que estaban bien pero me mandaba más y estas sí eran urgentesparayamismo, o... No sé qué más llegué a pensar. La voz de una chica (rubia, lo puedo asegurar) dio por tierra con todo: me llamaba para concertar una entrevista laboral... para Infobae. No sé qué sentir. Mañana llamaré, pero hoy me siento en condiciones de advertir que ya vendrán tiempos extraños.

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Día 36

Hubo tres días en los que no existí. Durante tres días solo fui una sombra o un reflejo, un silencio o un zumbido, apenas unos pasos sordos en veredas atestadas de gente y calles desbordantes de metal y motores, una voz audible solo para ciertos mozos, para alguna cajera de supermercado, para la farmacéutica, la psiquiatra y dos o tres personas más del otro lado del teléfono. Hubo una videollamada, también; An puede dar fe de que no me disolví del todo.  A lo largo de esos días traduje, dormí con mayor o menor suerte, leí y caminé. Subí y bajé de colectivos y subtes también.  Y escribí un diario; una pequeñez que volvió a ponerme en contacto conmigo y con las palabras que se me salen, que se escapan atolondradas y a las que apenas dedico alguna caricia torpe, un poquito de orden. Pero, eso sí, no tengo que dejar que se me pierdan. Porque son la llave que abre mi interior. Si un día las pierdo, quedaré cerrado y seco por dentro para siempre.

Día 10

Es imposible. Me acuerdo de Los Imposibles, es imposible, yo soy imposible, todo es imposible. Pucha que soy duro. No hay manera de plantearme algo y llevarlo a cabo, no puedo esperar nada de mí. Mi deseo más largo duró 2 minutos, mi fuerza de voluntad apenas sobrepasa los 20 gramos, no puedo escribir ni aun queriendo hacerlo (sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando). No soy un escritor respetable, ni responsable, ni siquiera tolerable. No soy decente ni respetuoso ni tenaz. ¿Cómo se puede no ser nada?

Día 38

Hoy me toca escribir en el blog compartido y aportar lo mío para la continuación de una buena historia. Y puedo hacerlo, y lo voy a hacer. El compromiso implícito conmigo mismo era escribir acá cuando no lo hiciese allá. Sin embargo, acá estoy, de nuevo, en este ascensor vacío y polvoriento con el espejo ennegrecido y rajado, un papel amarillento y manoseado fijo a uno de los lados detrás de un plástico ya opaco mientras me acuna un ruido de los mil demonios, gárgaras de hormigón, producto del movimiento entre pisos con la velocidad desesperante de un caracol de río que avanza contra la corriente.  Estoy acá, entonces, y en un rato estaré allá. Hoy puedo escribirlo todo.