Llegué de mi sesión de terapia más apaleado que de costumbre. Alcancé a dejar el morral sobre una silla y saludé en voz alta a los gatos, que estos días de calor se dejan ver poco pero sé que están. Tenía ganas de tocar la guitarra, de componer, de agarrar el piano, de hacer algo que me hiciera sentir especial por unos instantes; tenía ganas de ponerme en contacto con mi lado brillante. Entonces vi que titilaba la lucecita roja del contestador y, mientras mi dedo pulsaba el botón para escuchar el mensaje nuevo, yo pensé en la voz de Horacio, llamándome desde la oficina para decirme que las últimas correcciones que subí esta tarde al FTP no se podían abrir, que estaban mal, o que estaban bien pero me mandaba más y estas sí eran urgentesparayamismo, o... No sé qué más llegué a pensar. La voz de una chica (rubia, lo puedo asegurar) dio por tierra con todo: me llamaba para concertar una entrevista laboral... para Infobae. No sé qué sentir. Mañana llamaré, pero hoy me siento en condiciones de advertir que ya vendrán tiempos extraños.
Tengo que hacer tiempo y, claro, escribo. Porque escribir es siempre una solución. Aunque no conduzca a nada, como en este caso, como casi siempre, yo arranco. Porque puedo y porque quiero, y porque es lo mío. Qué me importa lo demás. Es casi como los documentos de Word que llenaba sin parar mientras esperaba que se terminase de descargar el Football Manager o que llegara la moto con la comida o que el pocero terminase la perforación y me llamara para explicarme cosas, exagerar, pavonearse y cobrar. Lo que hacen todos, bah. En esos documentos, yo escribía a pata suelta (¿?) sobre libros, jugadores de fútbol, vetas subterráneas o lo que fuera; una cosa se encadenaba con la otra, que se enlazaba con la siguiente, que se unía a la próxima, y así, el texto fluía para, finalmente, existir. Yo le daba vida y le regalaba la libertad de vivirla como él prefiriese (de modo inútil casi siempre). Ahora se cortó la internet; quién sabe si estas letras verán la luz. Yo sigo haciendo tiempo, presion
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