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Mostrando entradas de diciembre, 2008

Día 23

Estaba de lo más contento, sentado en la mesa del comedor ante la ventana abierta, con el café negro y amargo enfriándose al alcance de mi mano izquierda, Carola afilándose las uñas en el respaldo de la silla y frotándose en mis piernas desnudas, Coltrane y McCoy Tyner haciéndome mover los pies sin darme cuenta y un libro de antropología nuevecito para trabajar en él ( El nacimiento de los “intelectuales”. 1880-1900 , de Christophe Charle; ¡pídalo en su librería amiga en cuanto entregue las galeras corregidas!). La editorial que me encargó el trabajo es la única —de aquellas con las que tengo relación, desde ya— que me posibilita trabajar directamente sobre el papel y dejar salir de mi birome roja los arcaicos signos de corrección que aprendí alguna vez en la facultad y que nunca uso (mi preferido, claro, es el deleatur). Eso, sumado a lo que detallé más arriba, me causaba mucho placer. El capítulo 1 empezaba con la siguiente cita de mi amigo personal Gustave Flaubert (de una carta fec