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Día 26

Lo que siento es raro.
Tras haber publicado un texto de calidad aceptable en el Jardín, creo que todo puede resurgir. La angustia que siento, esta nueva angustia, puede ser la clave. Tendré que estar atento.

Comentarios

el pececillo secreto ha dicho que…
¿es que nunca vas a actualizar este lugar? se te extraña

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Día 36

Hubo tres días en los que no existí. Durante tres días solo fui una sombra o un reflejo, un silencio o un zumbido, apenas unos pasos sordos en veredas atestadas de gente y calles desbordantes de metal y motores, una voz audible solo para ciertos mozos, para alguna cajera de supermercado, para la farmacéutica, la psiquiatra y dos o tres personas más del otro lado del teléfono. Hubo una videollamada, también; An puede dar fe de que no me disolví del todo.  A lo largo de esos días traduje, dormí con mayor o menor suerte, leí y caminé. Subí y bajé de colectivos y subtes también.  Y escribí un diario; una pequeñez que volvió a ponerme en contacto conmigo y con las palabras que se me salen, que se escapan atolondradas y a las que apenas dedico alguna caricia torpe, un poquito de orden. Pero, eso sí, no tengo que dejar que se me pierdan. Porque son la llave que abre mi interior. Si un día las pierdo, quedaré cerrado y seco por dentro para siempre.

Día 10

Es imposible. Me acuerdo de Los Imposibles, es imposible, yo soy imposible, todo es imposible. Pucha que soy duro. No hay manera de plantearme algo y llevarlo a cabo, no puedo esperar nada de mí. Mi deseo más largo duró 2 minutos, mi fuerza de voluntad apenas sobrepasa los 20 gramos, no puedo escribir ni aun queriendo hacerlo (sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando). No soy un escritor respetable, ni responsable, ni siquiera tolerable. No soy decente ni respetuoso ni tenaz. ¿Cómo se puede no ser nada?

Día 38

Hoy me toca escribir en el blog compartido y aportar lo mío para la continuación de una buena historia. Y puedo hacerlo, y lo voy a hacer. El compromiso implícito conmigo mismo era escribir acá cuando no lo hiciese allá. Sin embargo, acá estoy, de nuevo, en este ascensor vacío y polvoriento con el espejo ennegrecido y rajado, un papel amarillento y manoseado fijo a uno de los lados detrás de un plástico ya opaco mientras me acuna un ruido de los mil demonios, gárgaras de hormigón, producto del movimiento entre pisos con la velocidad desesperante de un caracol de río que avanza contra la corriente.  Estoy acá, entonces, y en un rato estaré allá. Hoy puedo escribirlo todo.