Nada cambia. Pasó un año desde la última vez que anduve por acá. Ahora encuentro polvo sobre los muebles y cartas amontonadas ante la puerta, toco las hojas marrones y resecas de la planta muerta en la maceta con la tierra cuarteada y dura como cemento, miro el exterior a través de un vidrio sucio. Ahora tengo treinta años y sigo sin poder escribir. Nada cambia.
Crónica más o menos detallada de mis intentos por volver a hallarme sin haberme perdido nunca.